“Vivir sus deseos, agotarlos en la vida, es el destino de toda existencia.”
Henry Miller
El deseo, ya sea experimentado en forma carnal o no, es uno de los sentimientos sobre los que se ha pretendido establecer mas limitaciones a través del paso de los años. Así como la tristeza es hasta cierto punto reprimida en los hombres (los machos no lloran), y la alegría desbordada lo es en las mujeres (debes de comportarte como una señorita), al deseo se le han fijado un sin número de trabas que le piden reprimirse en sociedad. El pecado original es el pecado del deseo. Aun los propios mandamientos seguidos por la iglesia católica incluyen dicha prohibición: “no desearas a la mujer de tu prójimo” (¿y las mujeres si pueden desear al hombre de la prójima?...ese machismo tan enraizado en nuestra cultura que pretende mostrarnos que la única persona capaz de cometer adulterio es el hombre, -porque a su vez de alguna forma le esta permitido hacerlo) El deseo, pues, nos viene desde el nacimiento. Nacemos por el deseo entre dos personas, la manifestación carnal de un sentimiento interno (aunque muchas veces se da la carnalidad sin sentimiento alguno). El deseo es una intención que se desborda. Que se transmuta de sentimiento a palpitaciones, a miradas directas que nos viaja del corazón a la piel. Pero, ¿y que pasa cuando el deseo se logra, cuando ese objeto de intención es alcanzado finalmente? ¿El deseo permanece siendo deseo una vez obtenido? ¿o se transforma en alguna de sus variantes, como la lujuria? Aunque es verdad que no solo deseamos carnalmente (el deseo de hacer el mal, por ejemplo, es también muy poderoso) para este mini escrito me voy a concentrar en el deseo físico. En esa sensación que nos recorre al percatarnos que queremos algo. Que nos gustaría tenerlo, o tocarlo, sentirlo. A través de los años hombres y mujeres han sabido utilizar el arte del deseo para provocar reacciones o conseguir frutos. Y aun cuando los hombres nos creamos los dueños de la seducción, la verdad es que es la mujer quien lleva la batuta. Dos verdades: uno, la mayoría de las veces es la mujer la que realmente decide quien la va a seducir; dos, siempre deseamos mas a la mujer que aun no hemos conseguido. Con esto en manos, las mujeres han sabido controlarnos y enloquecernos hasta llegar al grado de hacernos pensar que somos nosotros, los hombres, quienes decidimos todo lo que tiene que ver en ese renglón del deseo. Nunca jamás. Pero a su mismo tiempo, en la manera en la que comprendemos esa verdad es que nos podemos convertir en mejores seductores. El doble juego de saber quien esta dispuesta y dejarla que sienta que ella es la que manda (mientras así convenga a nuestros intereses). Ahora bien, el misterio del deseo es que no permanece estático (nada en esta vida lo es) pero las evoluciones del deseo son muchas veces incontrolables. El desear un beso de aquella mujer que nos apasiona nos puede llevar a realizar un sin fin de malabares con tal de conseguirlo... ¿y luego que? ¿Nos daremos media vuelta ara desear algo mas? ¿o acaso el primer deseo cumplido nos llevara a considerar, a crear, a evolucionar en un deseo mas? Por eso, las mejores pasiones son aquellas que se forjan a fuego lento, con deseos que se intercalan y se incrementan con cada consecución. Aunque, digámoslo así de frente, de vez en cuando no esta nada mal quemarse en una de esas hogueras que solo son temporales. Solo hay que saber con quien quemarse. Me retiro ya. Que ahora mismo lo que deseo no es escribir acerca de los deseos, sino vivirlos, agotarlos en vida.
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C dice: Oiga que usted ya nunca va a postear nada?
1 comment:
ASSSSSSSSSSSSH! Se borró mi comment y no me acuerdo de las palabras exactas, era algo así:
"Maestro (jo):
El deseo es pues de naturaleza divina, reprimido por ellos y delegado y nosotros los mortales, seámos entonces los encargados de 'cuidarlo'...."
Algo así, maldita memoria chafa.
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